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lunes, 16 de julio de 2018

Las pálidas sombras del mundo virtual



Artículo publicado originalmente por Brenda Valderrama en la columna "Reivindicando a Plutón" del Sol de Cuernavaca el16 de julio de 2018.

Estuve, hace unos días, con unos amigos en una reunión familiar. Entre ellos se encontraba un pequeño de seis años que se notaba inquieto pidiendo la atención de sus papás y hermano mayor quienes lo atendían pero sin lograr satisfacerlo del todo. Después de un tiempo los papás nos dijeron que, por accidente, el pequeño había roto la pantalla de su tableta, la que llevaba a todos lados, y que por eso estaba inquieto. Finalmente alguien le preguntó al pequeño porqué no buscaba otro niño de su edad entre los invitados y jugaba con él con la respuesta de que no sabía cómo hacerlo. Un adulto se levantó de la mesa, lo tomó de la mano y lo presentó con otro niño, de forma que se rompió la barrera y jugaron toda la tarde sin volver a la mesa.

Siendo honestos, ¿Quién no ha llegado a un lugar donde no conoce a nadie y después de un rato, ante la ansiedad social, se abalanza sobre su teléfono para sentirse menos solo? Yo lo he hecho y eso que tengo la confianza que me da la experiencia de cómo presentarme a gente que no conozco y también de cómo comenzar una conversación. Ahora, poniéndome en lugar de una generación que creció usando los celulares como una niñera electrónica y de dónde, además, obtiene toda su información sobre la que construye su visión del mundo, que considera como sus amigos a personas que nunca ha visto pero con quienes comparte el mundo virtual de un videojuego en línea, no me sorprende que no sepan cómo resolver la ansiedad social de acercarse y comenzar la interacción con otras personas. No me sorprende pero me preocupa, llevándome a la pregunta fundamental: ¿Es la adicción a los dispositivos la causa de la ansiedad o es solamente el medio de escape a la ansiedad que les da vivir en un mundo incierto?

La situación actual es incierta en el sentido que las formas de vida tradicionales, desde los medios de producción hasta la forma de comercializar han cambiado, pasando por la forma de alimentarnos y también la de interaccionar, inclusive hasta de cómo buscar pareja. Todos estos cambios, muy rápidos y no siempre sancionados por las familias, generan un vacío en la continuidad social. Los mayores no sabemos cómo responder a las necesidades de los jóvenes porque nosotros nunca las tuvimos, tampoco tenemos las herramientas tecnológicas para ayudarlos a comprender que el mundo virtual es solamente un pálido reflejo del mundo real, como las sombras en la caverna de Platón.

Puede ayudarnos saber que los dispositivos no son más que aparadores de productos comerciales, igual que los de una tienda, y que buscan atraer la atención de sus clientes para hacer negocio. Siendo tantos y tan llamativos los productos, la competencia entre ellos los lleva a desarrollar  estrategias cada vez más sofisticadas y usan la tecnología y el conocimiento científico para llegar a lo más profundo de nuestro cerebro de forma que nuestra atención, limitada por cierto, se desvié hacia ellos, alejándonos de la realidad. Competir con eso es difícil y quizá la única salida a esta situación sea declararnos incompetentes para acompañar a nuestros jóvenes en su recorrido por el mundo virtual pero es importante hacerles saber que lo que sí podemos hacer es ayudarlos a comprender y dominar el mundo real, algo que tendrán que afrontar tarde o temprano y qué mejor que sabiendo que no están solos.

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