Artículo publicado originalmente por Brenda Valderrama en la columna "Reivindicando a Plutón" del Sol de Cuernavaca el 21 de septiembre de 2015.
Cuenta la leyenda que los sultanes turcos admiraban la
belleza de las damas del norte del Cáucaso por la tersura de su piel. Bueno, en
realidad lo que les gustaba es que el cutis de esas mujeres (y de los hombres,
aunque no pasaran a la historia) estaba libre de cicatrices de viruela.
La viruela es una enfermedad de origen viral extremadamente
contagiosa por contacto que, desde hace 12 mil años y hasta el siglo pasado,
cobró millones de vidas. Surgida posiblemente en África meridional, la viruela fue
dispersada por todo el mundo gracias a las corrientes migratorias. En nuestro
continente fue un elemento de la mayor relevancia durante el proceso de
conquista, vulnerando con velocidad y fiereza la defensa de pueblos y ciudades.
Una persona expuesta al contagio presentará los primeros
síntomas, que consisten en fiebre acompañada de dolor generalizado incluyendo
cabeza y espalda, en 12 a 14 días. La fiebre es tan alta (más de 40°C) que
llega a producir delirios. Al tercer o cuarto día, la boca y la garganta del
paciente se cubren de pequeñas manchas que se convierten en pápulas y luego en
vesículas. Posteriormente, las manchas aparecen en la cara y, finalmente,
cubren todo el cuerpo incluyendo palmas de las manos y plantas de los pies. Las
vesículas se llenan de pus y por su profundidad en la piel son extremadamente
dolorosas. Si el paciente sobrevive a la deshidratación, a la fiebre y a la
ocurrencia de otras complicaciones, las pústulas se secan después de 8 a 10
días y aparecen las costras. Al caerse, las costras dejan cicatrices en prácticamente
todos los rostros excepto en los de las damas del norte del Cáucaso.
Esta notable excepción proviene de la práctica conocida como
variolización en la cual se frotaba pus de un paciente enfermo en la piel
escarolada de un paciente sano. El paciente sano presentaba entonces un cuadro
leve de viruela, el cual sobrevivía sin problema y sin cicatrices. La
variolización se practicaba con frecuencia en Turquía donde fue cuidadosamente
documentada por el Dr. Emmanuel Timoni, aunque con poco éxito en cuanto a
convencer voluntarios para probar su efectividad.
No fue sino hasta 1717 que una noble inglesa, Lady Montagu,
lastimada por el daño que le había producido la viruela y temerosa de que su
hija recién nacida pudiera sufrirlo, le pidió al Dr. Timoni que la variolizara.
Al ver que la niña no sucumbía a la infección, Lady Montagu, agradecida, se
volvió la principal promotora del método logrando que se volviera de práctica
generalizada en el Reino Unido aliviando el flagelo de esta enfermedad.
Algo que no he comentado pero es importante hacerlo ahora,
es que una persona que ha sufrido viruela no vuelve a contagiarse, es decir,
que desarrolla inmunidad de por vida por lo que la variolización es técnicamente
un proceso de inmunización.
De manera interesante, la viruela no es una enfermedad
exclusiva de los humanos. El virus que la produce pertenece la familia
Poxviridae y algunos de sus miembros pueden infectar otros animales como vacas,
cerdos o caballos. En algunas regiones rurales de la Inglaterra del siglo XVIII
era de conocimiento popular que las granjeras eran más resistentes a la
viruela. Sin embargo, no fue sino hasta 1789 que el médico Edward Jenner,
basado en estas observaciones, realiza un experimento fundamental para el
desarrollo de la medicina moderna.
Con la hipótesis de que el virus de la viruela de cerdos era
capaz de proteger a humanos contra la viruela, recoge material de la pústula de
una de las trabajadoras de su granja y con él varioliza a otras dos mujeres y a
su propio hijo. Ninguno de los tres sujetos desarrolla más que una leve
reacción local. Motivado por los resultados, Jenner toma una decisión polémica
que es inocular a las dos mujeres y a su hijo con material proveniente de un
enfermo de viruela. El experimento fue un éxito total pues ninguno de los tres
desarrolló síntomas.
Ante este resultado, Jenner decide repetir el experimento el
14 de mayo de 1796 pero usando ahora viruela de vaca en lugar de cerdo. El sujeto fue un menor de 8 años de edad
llamado James Phipps y el inóculo provino de las pústulas de Sarah Nelmes contagiada
por su vaca Blossom. Igual que con el experimento anterior, la reacción fue
local y ligera. Dos meses después y previa autorización del padre del menor,
Jenner infecta a James con una dosis de viruela que debiera enfermarlo. Por
supuesto que la inmunización es total y protegió a este paciente y a muchos
otros que se fueron sumando a la práctica del Dr. Jenner.
Un siglo después, Louis Pasteur da el nombre de vacunación a
este proceso de inmunización y es por eso que recordaremos a Blossom, la
generosa donadora de la primera vacuna.
Información adicional
Aunque la viruela como enfermedad se declaró erradicada desde mediados del siglo pasado y a pesar de haberse firmado en 1990 un acuerdo internacional para su destrucción, existen aún reservas del virus vivo en los laboratorios del Instituto VECTOR en Novorsibirsk (Rusia) y del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta (Estados Unidos). Ambos países alegan razones de seguridad nacional para haber pospuesto la destrucción.
Enfrentando el bioterrorismo: aspectos epidemiológicos, clínicos y preventivos de la viruela. Carlos Franco-Paredes, Carlos del Río, Margarita Nava-Frías, Sigfrido Rangel-Frausto, Ildefonso Téllez y José Ignacio Santos-Preciado
Viruela en la República Mexicana por Felipe García Sánchez, Heliodoro Celis Sandoval y Carlos Carboney Mora.
Ali Maow Maalin, el último enfermo de viruela en el mundo.
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