Artículo publicado originalmente por Brenda Valderrama en la columna "Reivindicando a Plutón" del Sol de Cuernavaca el 7 de diciembre de 2015.
Siempre que voy de compras tengo el hábito de revisar la
tapa de las latas para confirmar que no estén hinchadas. Confieso que nunca he
encontrado una así pero tampoco olvido la precaución y me percato que hay otras
personas que hacen lo mismo, aunque ya menos que antes. La razón para este
comportamiento subyace en la existencia de un clan muy especial de
microorganismos de apellido Clostridium
que tienen un importante impacto en nuestra salud.
En biología, la forma de nombrar a los grupos de organismos
es escribir primero el apellido (conocido como género) y luego el nombre (que corresponde
a la especie), por ejemplo, de entre los más de cien miembros del clan Clostridium encontramos a Clostridium tetani, Clostridium sordelli,
Clostridium perfringens, Clostridium difficile, Clostridium septicum y el
que nos ocupa hoy, Clostridium botulinum.
C. botulinum es
una bacteria cilíndrica de no más de un millonésimo de metro de longitud que
habita ambientes pobres en oxígeno incluyendo el intestino de mamíferos. Parte
de su ciclo de vida lo realiza encapsulado como espora que es una forma
transitoria durante la cual baja su metabolismo, como si hibernara. Las esporas
solo pueden producirse en ausencia total de oxígeno y además son las que
producen la toxina botulínica.
Durante el procesamiento de alimentos para enlatar se
acostumbra evacuar el oxígeno del aire por calentamiento y en ocasiones se
sustituye por gases inertes como el nitrógeno. Con esto se busca evitar la
descomposición de los alimentos por oxidación pero, si no se realiza bajo
condiciones adecuadas de higiene, puede llevar a bacterias como C. botulinum a la fermentación anaerobia
(en ausencia de oxígeno) durante la cual se producen otros gases que son los
que hinchan las latas. Lo realmente importante es que durante la fermentación
se induce también la esporulación y la producción de siete diferentes toxinas.
Las toxinas de C.
botulinum son proteínas con mecanismo de neurotoxinas, es decir que una vez
que entran a nuestro cuerpo buscan y actúan exclusivamente sobre las neuronas. Su
estructura contiene espirales protectoras que evitan su degradación por los
ácidos gástricos y también por otras estrategias de protección celular como las
proteasas.
De entre todos los tipos de neuronas que hay en nuestro
cuerpo son las neuronas motoras, localizadas en la espina dorsal, las que envían
sus largos axones hasta cada uno de los músculos esqueléticos y transmiten la
instrucción de contracción o relajación mediante la liberación controlada de
acetilcolina. Las toxinas botulínicas se unen selectivamente a las neuronas
motoras y bloquean la liberación de acetilcolina por lo que los músculos
esqueléticos ya no reciben la instrucción de contraerse de manera voluntaria, se
relajan y generan flacidez muscular.
La ingestión de esporas de C.
botulinum produce un cuadro de extrema gravedad comenzando con náuseas y
diarrea que progresa después de 36 horas a debilidad y parálisis muscular que
llega posteriormente a la parálisis respiratoria. Si el paciente no muere, la recuperación es lenta y
no necesariamente completa. Felizmente se cuenta ahora con una antitoxina que,
de administrarse oportunamente, evita que el paciente llegue a las complicaciones
que ponen en riesgo la vida.
De una manera interesante, la realización de más de 10 años
de experimentos en los años ochenta llevaron a explotar la potencia de esta
toxina para nuevas formas de tratamiento de padecimientos muy diversos pero que
compartían la característica de involucrar la contracción involuntaria de un
músculo como por ejemplo la tortícolis, la sudoración excesiva, el estrabismo o
la incontinencia urinaria. Como resultado de estos prometedores estudios la
agencia estadounidense de licenciamiento de medicamentos conocida por sus
siglas FDA aprobó en 1989 el uso de preparaciones muy diluidas de una de las
toxinas producidas por C. botulinum,
la toxina A cuya estructura mostramos en la ilustración, para fines clínicos bajo el nombre comercial Botox.
La historia da un cambio radical cuando en 1987 una oftalmóloga
llamado Jean Carruthers recibe la exigencia de una paciente que ha estado en
tratamiento para un padecimiento llamado blefaroespasmo para que le inyecte
Botox también en la frente. Con sorpresa
le pregunta la razón y la paciente le dice que cuando recibe la inyección sus
arrugas desaparecen. Intrigada, la oftalmóloga lo comenta con su esposo, el
dermatólogo Alistair Carruthers quien ha estado batallando para encontrar
métodos que reduzcan esas arrugas que se producen en la frente y que incomodan a algunas personas.
Jane y Alistair comenzaron entonces una serie de pruebas
sobre voluntarias con excelentes resultados. La misma Jane se sometió el
procedimiento y quedó encantada. En un primer momento, los esposos Carruthers desataron una enorme controversia entre sus
colegas sin embargo continuaron realizando los tratamientos ante la cantidad de
solicitudes que recibían de sus pacientes. Para 1993, se disolvió el rechazo
entre los médicos y comenzó la aplicación masiva de Botox para fines cosméticos
de tal manera que para 1997 llegó inclusive a escasear.
Actualmente es posible encontrar gran cantidad de
establecimientos y consultorios que ofrecen el tratamiento. A pesar de su
relativa seguridad, es muy importante que se busque a médicos titulados con
experiencia pues siempre existe la posibilidad de una complicación desde las
ligeras como una sonrisa torcida hasta pérdida de la visión o de la capacidad
respiratoria.
La historia del Botox es uno de esos casos donde la
investigación científica del más alto nivel que incluye el Premio Nobel de
Medicina de 1936 otorgado a Sir Henry Dale y Otto Lowei por sus investigaciones
en el mecanismo de acción de la acetilcolina como neurotransmisor llega generar
un producto cosmético con ventas de dos mil millones de dólares al año de una
manera absolutamente imposible de predecir.
Por el invaluable potencial de la investigación básica para transformar el conocimiento generado en riqueza es que es indispensable incrementar la inversión pública en investigación básica en México en la misma proporción que la inversión en innovación.
Información adicional.
Nota informativa de la Organización Mundial de la Salud sobre botulismo
Reseña del Premio Nobel en Medicina 1936 otorgado a Sir Henry Dale y Otto Lowei
Mecanismo de acción de la toxina botulínica
Una revisión ligera sobre la lucha contra las arrugas en la historia
Existe un número de artículos científicos publicados por los esposos Carruthers en revistas especializadas sin embargo ninguno de ellos es de acceso abierto.
Excelente informacion.
ResponderBorrarAndo leyendo acerca del Botox y me encontre tu post.
saludos!
Espero te haya sido de utilidad. Saludos y gracias por leerme.
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