Artículo publicado originalmente por Brenda Valderrama en la columna "Reivindicando a Plutón" del Sol de Cuernavaca el 14 de marzo de 2015
El termino demencia describe de manera general un cuadro de
deterioro de habilidades mentales suficientemente severo como para interferir
con la vida diaria. No se trata de una enfermedad como tal sino que describe un
amplio rango de síntomas entre los que se incluye pérdida de memoria y de otras
capacidades intelectuales como concentración, razonamiento y juicio. Las
personas con demencia tienen problemas con memoria a corto plazo como por
ejemplo recordar compromisos, pagar cuentas o simplemente ubicar su
cartera. No todos los tipos de pérdida
de memoria implican demencia pero, por otro lado, muchos tipos de demencia son
progresivos, es decir, que los síntomas comienzan de manera sutil y se agravan
con el tiempo.
Existen muchas causas para la demencia sin embargo la más
común es la enfermedad de Alzheimer, llamada así en reconocimiento al Dr. Alois
Alzheimer, psiquiatra y médico alemán quien fue el primero en identificar sus síntomas
a principio del siglo XX. La enfermedad de Alzheimer es, actualmente, uno de
los principales problemas de salud pública en el mundo llegando a tener una
prevalencia del 13% en la población de personas adultas mayores.
Reconocida en nuestro país apenas en 1998 como causa de
muerte, la enfermedad de Alzheimer afecta a 860,000 personas mayores de 60 años
y se espera que alcanzará la alarmante cifra de 3.5 millones para 2050. Este
escenario es de extrema seriedad para todos. Para quienes, como yo, estaremos
dentro del grupo de riesgo en los próximos 20 años. Para los más jóvenes,
quienes tendrán que asimilar como compromiso de vida la atención y cuidado de
sus padres o abuelos. Y, finalmente, para el sistema de salud pública que
tendrá que prepararse para la inversión necesaria para la atención de una
enfermedad que no es prevenible y que no tiene cura conocida.
¿Qué se puede hacer, desde la ciencia, para atender con ésta
importante situación? Lo primero es identificar, con rigor académico, la
situación demográfica real. En este sentido el Grupo de Investigación de
Demencia de la Organización Internacional de la Edad Adulta (ADI, por su siglas
en inglés) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud desarrollaron
en 2012 el reporte “Demencia: una prioridad en salud pública” de cuyo
seguimiento se desprende que en los núcleos urbanos de México una de cada 58
personas mayores de 60 años presenta los síntomas mientras que en el área rural
aumenta la incidencia a una persona de cada 29. Es importante saber que los
factores de riesgo identificados son, en orden de importancia decreciente: el
deterioro funcional instrumental preexistente (especialmente cardiovascular),
la presencia de diabetes, el deterioro sensorial (auditivo y/o visual), la
depresión, la edad y el sexo femenino.
Los resultados de estas investigaciones son importantes
porque indican que realizar actividades sociales, dejar de fumar, hacer
ejercicio, llevar una dieta rica en frutas, verduras y pescado, controlar peso
y niveles de azúcar en sangre, evitar el consumo excesivo de alcohol y tratar
hipertensión arterial nos ayuda, de manera decidida a disminuir el riesgo de
desarrollar la enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia.
Por otro lado, la ciencia nos ayuda a conocer más acerca de
los orígenes de la enfermedad de Alzheimer. Ahora sabemos, entre otros datos,
que los cerebros de las personas con la enfermedad pierden tanto neuronas como
función sináptica acompañada de la acumulación del péptido amiloide beta así
como de formas anormales del péptido tau, cambios que conllevan al deterioro
irreversible del tejido del cerebro y a la pérdida de función.
Hasta ahora las investigaciones se han dirigido a la
caracterización de la enfermedad pero, recientemente, se han comenzado a
levantar voces por todo el mundo para llamar la atención sobre el riesgo
potencial de desarrollo de la enfermedad a partir de infecciones. Respaldados por un amplio listado de artículos
científicos, el 8 de marzo pasado la revista internacional Journal of
Alzheimer’s Disease publicó un desplegado firmado por 33 líderes mundiales donde
se exhorta a los gobiernos a invertir en la investigación dirigida a comprobar
la relación existente entre infecciones por agentes tan diversos como el virus
del Herpes simple, Chlamydia o un tipo de bacteria llamada espiroqueta y el
desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.
Con numerosas evidencias relacionadas con similitudes en el
modo de daño generado por infecciones de virus, bacterias y hongos así como en
la posibilidad de identificar inclusive determinantes genéticos en la población
que aumenten la susceptibilidad, el consorcio ha despertado una intensa pero
sana polémica al exigir recursos para llevar a cabo estudios más profundos que
permitan descartar las infecciones como causa de la enfermedad de Alzheimer.
No es la primera vez que se vive una polémica de este tipo.
Hasta principios de los años 90 se pensaba que la gastritis y las úlceras gástricas
se debían a condiciones ambientales como el estrés, el consumo de comidas
condimentadas y a demasiado ácido en el estómago. Por lo tanto, todos los
tratamientos eran dirigidos a cambios de hábito y a la remediación con
antiácidos hasta que el daño era tan profundo que ameritaba cirugía. En contra a la opinión generalizada, un grupo
de investigadores australianos dirigidos por Barry Marshall sostuvo que las
úlceras gástricas se originaban por una infección y por lo tanto podrían ser
tratadas con antibióticos.
Confiados con la seriedad de sus investigaciones, el grupo
de Marshall resistió los embates de escepticismo y continuó trabajando hasta
demostrar de manera conclusiva que las úlceras se debían a la infección de una
nueva bacteria, Helicobacter pylori y que el tratamiento con antibióticos era
efectivo en eliminar las úlceras. La comunidad científica cedió finalmente ante
la evidencia y Marshall recibió junto con Robin Warren el Premio Nobel de
Medicina en 2005.
Con estos antecedentes debemos abrir nuestra mente y pensar
que quizá el consorcio podría tener razón y que la muy grave enfermedad de
Alzheimer pudiera estar generada por una infección lo que abriría nuevos
horizontes a la prevención y al tratamiento. Este es el tipo de aportaciones
que realizan los científicos para mejorar nuestras condiciones de vida y es por
eso que los gobiernos deben invertir en investigación tanto básica como
aplicada y estimular a los jóvenes a considerar dedicarse a esta noble y muy
importante actividad.
Información adicional:
Desplegado publicado en el Journal of Alzheimer´s Disease
Condiciones de salud y estado funcional de los adultos mayores en México
Demencias en México: La necesidad de un Plan de Acción
Asociaciones de Alzheimer en el extranjero
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