Artículos publicados originalmente por Brenda Valderrama en la columna "Reivindicando a Plutón" del Sol de Cuernavaca los días 25 de septiembre, 2 y 9 de octubre de 2017.
I. Un sismo extraordinario
Los medios de comunicación han estado saturados con noticias
sobre el sismo del pasado 19 de septiembre. Han corrido ríos de tinta sobre la
extraordinaria coincidencia de que ocurriera justamente 32 años y seis horas
después del de 1985. También ha causado zozobra la posibilidad de que estuviera
asociado a un fenómeno volcánico o simplemente porque nunca, por lo menos en lo
que tenemos registro, se había presentado un sismo con epicentro en Morelos.
Hoy quisiera tocar el tema pero dejando fuera lo que ha representado para un
pueblo que no estaba preparado ni técnica ni socialmente para esta contingencia
y que trata de hacer lo mejor que puede con lo que tiene.
México está asentado dentro de una zona de inestabilidad
geológica compuesta por cinco diferentes placas, todas ellas en movimiento, a
diferente velocidad y en diferente dirección. La más conocida sin duda es la
Placa de Cocos que se localiza bajo el océano pacífico y con límites
cerca del litoral mexicano desde Chiapas hasta Colima y que colinda con la
Placa de Norteamérica sobre la que se asienta prácticamente todo nuestro país
con la excepción de la península de Baja California. La Placa de Cocos se
sumerge (técnicamente se dice subduce) por debajo de la Placa de Norteamérica a
una velocidad de 6 centímetros por año. Regularmente los sismos que sufrimos en
Morelos provienen de la colisión entre estas dos placas y por eso su epicentro
o lugar de origen es la costa tal como ocurrió con el del 19 de septiembre pero
de 1985.
Ahora, los de septiembre de este año no fueron así. El del día
7 tuvo su epicentro en la costa frente a Chiapas pero su profundidad de 70 km
fue significativamente mayor que la del 1985 a solo 17.5 km. Bastó este dato
para que los expertos entendieran que no se trataba de una colisión normal
entre las placas sino que era otra cosa, algo que no había ocurrido en muchos
años en esta zona, una fractura interna de la Placa de Cocos. A diferencia de
las colisiones que van acumulando y liberando energía proveniente de la
fricción de manera gradual, la fractura profunda libera una cantidad de energía acumulada mucho mayor por lo que el sismo es significativamente más fuerte. Aquí vale la
pena mencionar que la escala de Richter con la que se estima la energía
liberada por un sismo es logarítmica, lo que significa que la diferencia entre
un sismo nivel 7 (como el de 1985) y uno nivel 8 (como el del 7 de septiembre) no
es una unidad de diferencia sino que es 32 veces mayor.
El sismo del 19 de septiembre fue todavía más sorprendente,
no solo tuvo su epicentro a 50 kilómetros de profundidad sino que se localizó a
la mitad de la Placa de Norte América, justo debajo de Axochiapan. Estas dos características
indican que el origen del sismo fue la fractura interna de la placa pero sin
causa aparente ya que no es un sitio de colisión y a que, a diferencia de la de
Cocos, no se está subduciendo sino que flota sobre la corteza terrestre.
Más de un geólogo ha tenido pesadillas con estos datos. Si
además le sumamos que un día después del sismo en Morelos la pequeña isla de
Vanuatu en el Pacífico Sur sufrió un sismo con epicentro a 200 km de
profundidad lo que indica, una vez más, una fractura interna de la Placa, en
esta ocasión la del Pacífico. La ocurrencia de tres sismos fuertes es un mes es poco
probable pero posible pero que ocurran por fractura interna de tres diferentes
placas es algo que nunca se había registrado. Estos fenómenos darán mucho
material de estudio a los geólogos y ellos, a cambio, nos darán herramientas
para poder estar mejor prevenidos cuando esto vuelva a ocurrir.
Mientras tanto, me corresponde atender a la población
afectada en el municipio de Huitzilac junto con los colaboradores del Gobierno
de Morelos adscritos a la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología. No
tengo duda que nunca habrá demasiada ayuda pero será todavía más importante su
colaboración en un par de semanas que el impacto emocional se diluya con las
actividades de rutina. Ante la fuerza de la naturaleza no nos queda más que
afrontar la situación con dignidad, civilidad y generosidad.
II. Los saldos del sismo
El sismo ocurrido a las 13:14 horas del 19 de septiembre de
2017 cambió para siempre la faz de Morelos. Monumentos históricos como el
Jardín Borda o el Palacio de Cortés resultaron dañados, al igual que numerosos
edificios públicos donde no solo la edificación se perdió sino también la
documentación que albergaba en sus archivos en perjuicio de miles de
ciudadanos. Pueblos mágicos como Tlayacapan verán seriamente comprometida su
subsistencia por la baja en el turismo en general pero el sismo alcanzó también
el turismo de bodas y el cultural al dañarse al menos 13 de nuestras
ex-haciendas y prácticamente la totalidad de la ruta de los conventos.
La demolición del emblemático chacuaco del ingenio Emiliano
Zapata en Zacatepec, aunque no afecta la producción de azúcar, sí provocó la
muerte de dos trabajadores hiriendo a varios más durante su derrumbe. Qué decir
de la cicatriz que dejó en Jojutla, donde prácticamente devastó el centro de la
ciudad colapsando la actividad económica de la región. Hospitales, clínicas y
centros de salud han tenido que adaptarse a la pérdida de espacios de atención
e improvisar consultas y atención a enfermos en patios y carpas.
Lamentando profundamente la pérdida de cada una de las 74
vidas segadas por el sismo, en estos momentos más de 15 mil familias ven amenazada
su subsistencia ante la destrucción parcial o total de sus viviendas a todo lo
largo y ancho del estado estando muchas de ellas ya fuera de sus hogares por el
alto riesgo que implica un derrumbe. Las labores de demolición se encuentran
suspendidas hasta no generar un registro puntual de cada vivienda que les
permita el acceso al fondo de reconstrucción al que tienen derecho como parte
de la declaratoria de emergencia emitida el pasado 27 de septiembre. Lo mismo
ocurre con más de 150 iglesias, la mayoría católicas y además muchas de ellas
patrimonio histórico de la humanidad, dejando a miles de morelenses
profundamente afligidos al perder sus lugares de culto.
Aunque de momento no existe desabasto gracias a la
generosidad de miles de mexicanos que se volcaron a la distribución de
despensas, si se comienza a detectar una reducción de la actividad económica la
cual deberá de contar con los mecanismos y recursos necesarios para su
reactivación. De manera muy positiva reconocemos que en Morelos ninguna escuela
sufrió derrumbe durante el sismo gracias a la revisión cuidadosa de los
planteles después del sismo del 7 de septiembre. Sin embargo la falta de clases
en prácticamente todo el territorio estatal comienza a pesarle por igual a
padres y a pequeños quienes, además, corren el riesgo de ver afectado su
proceso de aprendizaje por el retraso en el calendario escolar.
Pero todo esto está siendo atendido y en muy pocos días
comenzarán las labores de reconstrucción buscando que sean lo más rápidas y
eficaces posibles. Sin embargo, Morelos enfrenta otra pérdida, intangible pero
no por eso menos valiosa, la de la confianza. Acostumbrados a vivir en zona
sísmica nos acostumbramos a ver pasar los temblores que se originan en las
costas del pacífico pero nunca nos preparamos, ni física ni emocionalmente,
para lo que nos sucedió el 19 de septiembre. Cualquier vibración de los
edificios nos produce sobresalto, algunas personas mayores sufren ataques de
ansiedad, pero de manera muy lamentable se comienza a percibir un estado de
depresión generalizado el cual, dicen los expertos, se profundiza dos semanas
después de una experiencia traumática. Esta depresión es normal y todos somos
vulnerables, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, y no debemos tomarlo a la
ligera. Los invito a acercarnos a nuestros seres queridos, a escucharnos
mutuamente, a compartir lo que sentimos y si detectamos a alguna persona que
requiera atención médica especializada, el sector salud está preparado para
atendernos. No dejemos que el saldo del sismo aumente dañando lo más valioso
que tenemos, nosotros mismos.
III. El día que se cayeron las iglesias
Uno de los saldos más sobresalientes del sismo del pasado 19 de septiembre fue la destrucción, parcial o total, de 185 iglesias en Morelos.
El impacto es muy amplio, pues afecta a la feligresía al perder sus espacios de
culto religioso, al patrimonio cultural del estado pues la mayoría de estos
edificios coloniales eran un testimonio de la historia de nuestros pueblos y
finalmente en lo urbano ya que las iglesias fueron el punto de referencia desde
donde se diseñaron los asentamientos contemporáneos.
Revisando con detalle encontramos que las iglesias, independientemente
de su tamaño, presentaron dos tipos de daños graves: por un lado campanarios y por
otro, arcos y cúpulas. El daño en los campanarios puede explicarse por la
altura de las torres sumado al peso extra que le imponen las colosales campanas
que albergan. La recuperación de estas piezas será delicada pero posible en cuanto
que son construcciones adicionales al cuerpo principal de las iglesias. El caso
de los arcos y cúpulas es diferente, pues es precisamente sobre estos elementos
sobre los que se apoya la estructura del edificio y no solo en iglesias sino
también en otros edificios coloniales. Pero ¿Por qué se cayeron los arcos y las
cúpulas en este sismo y no en los muchos que han ocurrido en los últimos cientos
de años, algunos inclusive más fuertes? ¿Y por qué se cayeron las cúpulas y no
las paredes? Y la respuesta me la sugirió mi hermano Jorge, quien es
arquitecto: es por su forma muy particular de construcción.
Nuestras iglesias, al ser católicas, utilizaron como diseño
básico el de la arquitectura romana que permite la edificación de
construcciones de gran altura con espacios libres de muros y buena iluminación
gracias al uso sistemático del arco de medio punto. Un arco de medio punto se basa en la
sobreposición de piedras labradas llamadas dovelas para cerrar el espacio entre
dos columnas. Las dovelas se colocan una sobre otra en seco, es decir, sin adición
de cemento o mortero y en el punto medio donde se unen los dos segmentos de
medio arco se coloca una piedra central llamada clave. El secreto del arco de
medio punto es que la carga de las dovelas (y de cualquier otra estructura que
se coloque encima de ellas) se distribuye homogéneamente hacia las dos columnas
de soporte. Una serie de arcos soportados por sendas columnas basta para
sostener una catedral.
Por otro lado, las cúpulas se construyen utilizando otra
técnica romana llamada bóveda semihesférica. El principio básico de las bóvedas
es equivalente al del arco de medio punto y que se basa en la sobreposición en
seco de hiladas de piedras labradas o ladrillos (también llamadas dovelas) cerrando
el espacio entre cuatro o más columnas solo que, podríamos decir, en tercera
dimensión. El remate de las cúpulas es una piedra clave al igual que en los
arcos aunque para generar iluminación natural se utiliza también un óculo
cenital en forma de anillo que distribuye las cargas. Las cúpulas no son
elementos de sostén de la estructura sino de diseño y solamente soportan su
propio peso.
La razón para la destrucción de las iglesias tiene que ver
con las características muy particulares del sismo en particular su fuerza y dirección.
Como se explicó en el párrafo anterior, tanto los arcos de medio punto como las
cúpulas están construidos en seco y lo único que los sostiene es el peso de las
piezas. El peso de un objeto es proporcional a la masa del mismo y a la fuerza
de la gravedad de nuestro planeta con la cual es atraído. La única explicación
razonable para lo que sucedió es suponer que durante el sismo y como
consecuencia de que el epicentro se encontraba directamente debajo de Morelos, nuestros edificios sufrieron un golpe seco,
perpendicular a la superficie de la tierra y con una fuerza, al menos, igual a
la de la gravedad. Como si un puño gigantesco las golpeara desde abajo haciendo
volar las piedras claves y las dovelas pero sin tocar las paredes. Esta explicación
también aplica para lo que observamos en algunas viviendas donde la loza se
desprendió de los muros en una sola
pieza sin dañarlos o en otras construcciones donde los arcos se partieron justo
a la mitad.
Por supuesto que entender lo que pasó no disminuye el daño
pero nos da certidumbre sobre el fenómeno físico de origen y permite tomar
mejores decisiones durante la fase de reconstrucción que sin duda será larga y
requerirá de la colaboración de toda la comunidad.
Información adicional