Artículo publicado originalmente por Brenda Valderrama en la columna "Reivindicando a Plutón" del Sol de Cuernavaca el 11 de abril de 2016
Sin duda alguna el tema de la semana para Morelos ha sido el
incendio registrado en las inmediaciones de Tepoztlán. Para quienes no lo conocen, Tepoztlán es un
Pueblo Mágico localizado en la parte norte de Morelos justo en la frontera con
la Ciudad de México. Además de Mágico, denominación que otorga la Secretaría de
Turismo, Tepoztlán es místico por derecho propio. Cuna de artistas, literatos y
libre pensadores, este pueblo se encuentra en las faldas del cerro del
Tepozteco y aglutina lo más variado y pintoresco de nuestro estado.
Desafortunadamente o quizá mejor dicho, lamentablemente,
esta semana se desató un incendio que, atizado por un fuerte viento nocturno,
amenazó a los habitantes de la cabecera municipal y de un puñado de poblaciones
menores. Refuerzo el adjetivo lamentable porque en esta ocasión el incendio fue
provocado por la negligencia de un productor que realizó una quema agrícola
arbitraria de la cual perdió control con el resultado 244 hectáreas de bosque dañadas.
Los incendios forestales son naturales en nuestro planeta,
sobre todo en el estío, sin embargo su ocurrencia es poco frecuente en bosques
inalterados pues la sombra producida por las copas cerradas genera un
microclima húmedo que retrasa la propagación el fuego. La tala inmoderada trae
como consecuencia que el sol reseque el follaje del suelo y también que el
viento corra con mayor velocidad en ese nivel atizando los rescoldos. Eso sin duda fue lo que ocurrió en Tepoztlán
durante la primera noche del incendio. Para los siguientes dos días se
necesitaron 233 brigadistas y cinco aeronaves con un costo indeterminado pero
seguramente alto para corregir la imprudencia de una sola persona.
Para un ecosistema sano, la ocurrencia de un incendio tiene
un impacto menor debido a su alta capacidad de regeneración. La naturaleza ha
utilizado los incendios espontáneos como mecanismo de control para eliminar el
exceso de combustible, así como para regular el ecosistema a nivel de suelo y
permitir el crecimiento de algunas especies herbáceas. De hecho las dos
especies de árboles que se encuentran en los bosques de Morelos, el pino y el encino,
están adaptadas para resistir incendios naturales al poseer una corteza gruesa
con capacidad de cerrar cicatrices y de rebrotar. Las piñas cerradas toleran
bien el fuego y al abrirse liberan semillas que pueden germinar en las cenizas
frescas. En condiciones naturales los incendios se presentan en el mismo sitio
cada 40 a 300 años permitiendo que en ese tiempo crezcan renuevos y las
semillas germinen regenerando el bosque.
Para un ecosistema perturbado, como el que se encuentra en
la Sierra del Tepozteco y desgraciadamente en toda la zona de los altos de
Morelos, la ocurrencia de un primer incendio aumenta la probabilidad de
reincidencia. Esto, aunado a la mala práctica de sustituir los bosques por
hierbas inflamables como la avena forrajera empeora aún más la situación.
En lo que toca a la fauna, cuando los bosques están
inalterados se generan nichos de alta humedad que sirven como refugios
naturales a especies de pequeños mamíferos y reptiles que solo pueden
sobrevivir en esos lugares. En bosques perturbados estos refugios desaparecen y
la fauna se ve en riesgo de muerte pero también de otros tipos de daños de
largo plazo como estrés por la desaparición de territorio, cobijo y sustento.
Estudios realizados en bosques rusos indican que después de un episodio como el
de Tepoztlán se pierde el 80% de las ardillas, el 90% de los roedores y el 25%
de especies mayores como jabalíes en la zona afectada. Las aves también sufren
por la pérdida de arboles huecos donde anidar.
Por supuesto que un incendio forestal también tiene un
impacto en el medio ambiente al aumentar de manera dramática las emisiones de
bióxido de carbono y de cenizas que además de contaminar el agua de ríos y
lagos empeorará sin duda todavía más la crisis ambiental de la Ciudad de México
la cual reseñamos en la columna de la semana pasada.
El bosque de los altos de Morelos es, además de una reserva
de biodiversidad, la zona de captación de agua para el resto del estado. El
deterioro intencional de esta zona producido por la tala inmoderada tiene
graves y posiblemente irreversibles consecuencias para todos.
Hace algunos años revisé el tema de los servicios ambientales,
un esquema económico donde los beneficiarios de la existencia de un ecosistema
emiten un pago para preservarlo. En este caso, los cuidadores del bosque del
Tepozteco recibieron durante 10 años y hasta 2010, un pago anual de mil
quinientos pesos por cada hectárea con las condiciones de no cambiar el uso de
suelo, de conservar la cobertura forestal y de evitar la degradación y el
sobrepastoreo.
Los servicios ambientales han tenido éxito para la
preservación de ecosistemas en otros países, desgraciadamente en el nuestro se
suspendió el programa hace ya varios años y al no haber generado alternativas
productivas devino en el establecimiento de la tala clandestina siempre
acompañada de otros tipos de actividad delictiva.
Quien daña al bosque nos daña a todos. Espero que el responsable
del incendio de Tepoztlán rinda cuentas por su negligencia la cual puso en
riesgo un ecosistema frágil pero imprescindible atentando contra la vida de
cientos de personas inocentes. Francamente, lo menos que les debe es una disculpa.
Información adicional
Publicación previa sobre servicios ambientales Téllez y Valderrama
Incendios forestales y diversidad biológica Nasi et al.
Panorama oficial sobre los servicios ambientales en 2009
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