En contra de lo que uno piensa de primer impulso las
creencias y la ciencia no siempre han estado reñidas. En las civilizaciones
ancestrales se desarrolló un sistema equilibrado que permitía que los líderes
(muchas veces provenientes de esquemas de poder basados en la religión)
tuvieran información correcta, basada en evidencia, con la que tomar decisiones
de interés colectivo. Por ejemplo, en todas las civilizaciones se desarrolló la
astronomía como la manera más efectiva y precisa de predecir los ciclos
climáticos anuales.
La madurez de la astronomía dio sustento para el desarrollo
de las matemáticas que a su vez encontraron infinidad de aplicaciones
por ejemplo la navegación. Hubo muchos y
muy importantes astrónomos en todo el mundo. En particular en Mesoamérica
civilizaciones como los olmecas y los mayas desarrollaron y dejaron documentado
su conocimiento en astronomía desde hace más de dos mil años sin embargo todos
ellos decidieron revisar sus métodos al no poder predecir de manera exacta un
eclipse total de sol. Ante la evidencia, astrónomos de diferentes culturas se reunieron
en el año 670 de nuestra era en Xochicalco, Morelos, para sincronizar y optimizar
los calendarios. Haberlo hecho implicó una renuncia a la soberanía de cada una
de las culturas pues tuvieron que hacer cambios profundos en su estructura del
conocimiento apegándose, en ocasiones, a lo desarrollado por otra cultura.
Existe evidencia de situaciones equivalentes en todas las
culturas incluyendo a los egipcios, sumerios, babilonios, persas, chinos y un
largo etcétera. Un caso particular son los griegos, no porque hayan sido
mejores que los anteriores sino porque impactaron de manera especial el
pensamiento de la naciente cultura occidental. Quisiera enfocarme en Ptolomeo
(Siglo II) quien, entre sus muchas
aportaciones, describió un sistema planetario basado en la centralidad de la
tierra alrededor de la cual giraban planetas y el sol. Este modelo geocéntrico
tenía sus bases y aunque no era tan difícil demostrar sus fallas se mantuvo vigente
por mil cuatrocientos años retrasando el avance de la disciplina. La razón para
esta vigencia anómala fue que, al coincidir con sus textos fundacionales, la
iglesia católica lo asimiló como soporte científico. Durante cientos de años se
desecharon todas las evidencias que indicaban su falta de veracidad siendo el
más conocido el caso de Galileo Galilei quien fue sometido con lujo de
violencia por la Inquisición y finalmente juzgado hasta su capitulación.
Desde el renacimiento y hasta la época actual, las iglesias
han conciliado (de la misma manera que lo hicieron las culturas ancestrales)
sus dogmas con la evidencia científica anteponiendo el interés colectivo. Es por eso que los gobiernos laicos
y también los clericales siguen invirtiendo en ciencia y en los científicos
ante el beneplácito de la sociedad. De manera más reciente se ha encontrado una
conexión adicional entre la ciencia y la economía donde se pueden producir más
y mejores satisfactores sociales gracias al conocimiento y la tecnología. Por
todas estas razones existen una serie de paradigmas sobre cómo y cuánto
invertir en ciencia.
El primero de ellos es la educación que debe ser de acceso universal
y de alta calidad y con énfasis en áreas estratégicas como alimentación, medio
ambiente y energía, entre otros. El segundo es la investigación básica, que es
aquella que se realiza con el único fin de entender mejor el universo (ciencias
físicas y naturales) o la sociedad (humanidades y ciencias sociales) sin que se
requiera evidencia de su utilidad práctica. En tercer lugar se encuentra la
innovación, que es la explotación del conocimiento científico para el
desarrollo de tecnologías con aplicación inmediata en el sector industrial
buscando mejorar la competitividad comercial de las empresas y de esa manera la
economía. En cuarto lugar el acceso abierto al conocimiento generado con recursos
públicos mediante la publicación de libros, artículos, informes y otros documentos
de libre disponibilidad fundado en la consideración de que el conocimiento es
patrimonio de la sociedad. Finalmente, la inversión en infraestructura nacional
que permita que los científicos y los tecnólogos aceleren sus investigaciones.
En este último punto se encuentran las universidades, centros de investigación,
bibliotecas, galerías y megaproyectos como por ejemplo el sincrotrón.
Con mayor o menor disponibilidad de recursos todos los
países invierten en estos rubros y los resultados positivos son proporcionales
a la magnitud y precisión de la inversión. México no es la excepción y gracias
a la inversión pública sostenida contamos con un sistema científico de calidad y
competitivo en algunas áreas y a pesar de que hemos pasado momentos difíciles
nunca se ha expresado desde las estructuras del poder su rechazo a la ciencia o
a los científicos con la firmeza como se expresa hoy desde la oficina de la
presidencia de los Estados Unidos.
La cancelación de temas científicos de interés público como
son el cambio climático de la agenda gubernamental al mismo tiempo que reactivan
proyectos considerados como dañinos al medio ambiente entre ellos un oleoducto
que pasaría por un área natural protegida han generado profunda preocupación. Se
suman la propuesta de una secretaria de educación que niega la existencia de la
evolución como proceso natural y que ha cabildeado su desaparición del
curriculum escolar al mismo tiempo que se prohíbe a los investigadores de instituciones federales publicar sus descubrimientos sin la autorización expresa de la oficina
de la presidencia. Sin embargo, la gota que derramó el vaso fue la desafortunada
expresión “alternative facts” (hechos alternativos) utilizada por un alto funcionario de ese gobierno para la alterar
la descripción de la realidad, violentando de esta manera el fundamento mismo
de la ciencia.
Estos temas han dado mucho de sí desde el punto de vista
periodístico y, de manera inédita, han generado una reacción importante desde la
comunidad científica con docenas de declaraciones y la organización de un
movimiento con cerca de 300 mil afiliados que buscará la normalización de la
relación entre la ciencia y el gobierno mediante la protesta y otros actos de
desobediencia civil.
En medio de toda esta turbulencia se ha popularizado el uso
de la palabra “bigot” que se traduce al español como fanático pero que pienso tiene
un sentido más profundo y que describe a la perfección la situación actual: una
persona que de manera obstinada es devota de sus propias opiniones y prejuicios,
que desestima de manera sistemática cualquier evidencia en contra, y que trata a
los miembros de un grupo que considera diferente (racial o étnico) con odio e
intolerancia. La humanidad ha sufrido
mucho en manos de personas así, seamos solidarios y sumemos nuestra voz a la de
aquellos que están en riesgo, físico o profesional, en Estados Unidos o en
otros países, evitando así un nuevo periodo de oscurantismo en pleno siglo XXI.
Información adicional
Astronomía en Xochicalco, Morelos
Arqueoastronomía en la América Antigua, escrito por Jesús
Galindo Trejo
Notas periodísticas y otros productos sobre el tema de “Alternative
facts”
Movimiento de protesta de científicos en Estados Unidos
@marchforscience
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